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LA DIGNIFICACIÓN DE LA ABOGACÍA


¿Qué significa ser abogado?... Desde un punto de vista gramatical la Real Academia Española define esta palabra con tres acepciones diferentes, en primer lugar, aparece la más común de todas, como “licenciado en derecho que ofrece profesionalmente asesoramiento jurídico y que ejerce la defensa de las partes en los procesos judiciales o en procedimientos administrativos”, la segunda definición se refiere al abogado como “intercesor o mediador”; por último, se define al abogado como una “persona habladora, enredadora, parlanchina”. Sin duda esta última definición es el resultado de la percepción social que se tiene sobre los licenciados en Derecho, pues “una de las actividades que mayor desprestigió tienen en el ámbito de las profesiones liberales es precisamente la abogacía”.


No obstante, depende de los propios abogados acabar con adjetivos negativos que rodean al gremio, depende de los propios abogados dejar en claro que el desempeñar esta profesión implica mucho más que el hablar bien o tener la capacidad de persuadir a otros, de ahí surge esta interrogante: ¿Cómo podemos dignificar la abogacía?


Al respecto, alcanzar el grado de licenciado en Derecho, otorgado al culimnar nuestra vida universitaria, no debe entenderse como el final de nuestra preparación académica porque esta nunca acaba, solo la capacitación constante nos permitirá seguir creciendo como profesionistas pero también como personas. En palabras de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, la educación nos habilita como individuos en un Estado Democrático de Derecho y nos permite participar de una forma responsable en los asuntos públicos del país.



El ímpetu de seguir mejorando, de querer ser los más preparados en nuestro ámbito, no es más que el producto de la vocación; “la vocación profesional, es el llamado interior a ejercer el Derecho con amor” idea que han adoptado en su vida grandes juristas como Ignacio Burgoa, Eduardo J. Couture y dentro de la comunidad jurídica chihuahuense es menester destacar al Maestro Jorge Mazpulez Pérez, gran jurista, gran maestro, pero sobre todo gran ser humano.


El amor al Derecho nos lleva a seguir estudiando, al perfeccionamiento constante de los conocimientos sobre la ciencia jurídica, además lleva al jurista a conducirse bajo los principios deontológicos que rigen la abogacía, como es la honestidad, la independencia, el sentido de justicia, valores que enaltecen la labor frente a la ciudadanía, que constituyen una herramienta fundamental para combatir las problemáticas sociales que vivimos hoy en día y cuya solución es responsabilidad de los abogados por ser los profesionistas idóneos para garantizar la seguridad jurídica así como la legalidad en casi todos los rubros de la vida diaria.


Por otro lado, la educación no solo implica el saber jurídico, no basta con tener abundantes conocimientos sobre el Derecho y brindar un servicio de asesoría, también implica una preparación integral en todos los aspectos de la vida. El buen abogado debe interrelacionarse con todas las demás ramas de la ciencia, debe ser empático con los sectores más vulnerables de la sociedad, debe ser crítico; dicho de otro modo, el jurista es respetuoso de la ley pero no es un obediente ciego de la misma, por el contrario está llamado a señalar las fallas de nuestro ordenamiento jurídico y subsanarlas para mejorar la sociedad en la que se desenvuelve. El Derecho es un fenómeno vivo, cambiante y perceptible, que no solo se encuentra en los libros o en los códigos, tiene repercusiones en el bienestar así como en la tranquilidad de las personas, de ahí la importancia de tener una óptica empática y crítica ante el devenir social.


Además, el abogado que se allega de mayores y mejores conocimientos tiene una responsabilidad extra: el enseñar. El conocimiento que no se comparte es un conocimiento que se pudre día a día, que en nada contribuye a la sociedad; por ello es necesario enseñar los conocimientos que uno mismo ha adquirido. El abogado que se prepara debe enseñar a las nuevas generaciones a ser mejores personas, enseñar que existe una diversidad de opiniones y que en cuanto al Derecho no existen verdades absolutas, enseñar el valor de la humildad, enseñar a pensar analíticamente, enseñar a investigar, enseñar a abrirse en el mundo, dejando en claro que existen otros sistemas jurídicos con virtudes que podemos adaptar al nuestro así como defectos que se deben evitar, enseñar a estudiar y además quien enseña debe esforzarse por despertar el interés del aprendiz en la ciencia jurídica a modo que comprenda que estudiar Derecho no tiene por qué ser tedioso o aburrido.


Por lo anterior, la mejor manera de enseñar todo lo anterior es con el ejemplo, el ejemplo legítima la enseñanza, que no necesariamente requiere de un aula o de un centro de educativo, puede presentarse en cualquier lugar, a cualquier hora así como a cualquier nivel.


En resumen, la abogacía se ve enaltecida y honrada cuando se tienen abogados con conocimientos jurídicos de calidad, cuando el profesionista se conduce con rectitud moral en todos los rubros de su vida, cuando se busca el mejoramiento profesional todos los días y cuando se enseña a los demás. En una frase nuestra profesión se dignifica “cuando se tiene amor por el Derecho”.


Por último, felicito a todos mis colegas por el día del abogado y los exhorto a conducirse de acuerdo a los principios de la ética jurídica, a nunca dejar de estudiar, a ser ejemplo con su actuar diario de lo que se espera de un abogado, pero sobre a todo a desempeñarse con amor y vocación hacía su profesión.




Por: Juan David Rodríguez Salgado.

Licenciado en Derecho, Maestro en Procuración, Administración de Justicia y Litigación Oral. Candidato a grado de la Maestría en Derecho Penal. Docente en la Universidad Regional del Norte Ejecutiva, Chihuahua. Labora en la Delegación Chihuahua del Instituto Federal de Defensoría Pública. Creador de Minutario

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